Pasó 40 días en coma y tuvo 25 paros cardíacos: la historia del médico obstetra que necesitaba un corazón y conmovió al país

Pasó 40 días en coma y tuvo 25 paros cardíacos: la historia del médico obstetra que necesitaba un corazón y conmovió al país

En diciembre de 2008 Jorge Kissner sintió que se moría. Era así: tenía una grave y rara enfermedad cardíaca donde las estadísticas señalaban que nadie sobrevivía. Pero fue trasplantado. Cuando despertó no podía sentarse, comer ni modular. Nueve meses después regresó a trabajar en su consultorio y, al año, pudo volver a asistir un parto. La odisea de un hombre que se convirtió en un predicador por la donación de órganos.

En estos diez años, el doctor Jorge Rodríguez Kissner (58) hizo al menos 400 partos. Festejó 30 veces los cumpleaños de Sofía (21), Martina (17) y Juan Manuel (16), sus hijos, y diez veces el suyo y el de su mujer Gabriela, claro. Viajó por la Argentina, Brasil, República Dominicana y Europa. Escuchó a los Beatles, Cerati, Piazzolla y a Mozart. Y le contó la historia de Amadeus a algunos de sus pacientes. No miró fútbol porque le aburre pero se consumió todo lo que pudo de Francis Ford Coppola y Quentin Tarantino. Una más: hasta se dio el gusto de filmar una película junto a Elena Roger. Y todo gracias a la donación de órganos.

Y eso que la enfermedad súbita que sufrió Jorge Kissner parecía un caso perdido.

¿El diagnóstico? Miocarditis severa. El dato: hasta aquel momento se habían detectado unos 70 casos similares al suyo en todo el mundo con un cien por ciento de muertes. Por eso, aquella noche de verano de hace poco más de 10 años, el doctor Kissner, un hombre de la Ciencia, agnóstico, por un rato dejó de lado su ateísmo. “Es que yo conocía la letra chica del contrato. Me crié en un colegio de curas y en una familia practicante. Y sabía que si me arrepentía a último momento, me iba a estar esperando Jesús con los brazos abiertos del otro lado”, cuenta Jorge, no sin sarcasmo, a Infobae.

Todo empezó un 18 de diciembre cuando se iba el 2008. Kissner se había despertado en medio de la madrugada por un fuerte dolor abdominal de su hija y temió que fuera apendicitis: “Me la llevo al hospital”, le dijo a su mujer. Pero, cuando entró a bañarse, quien se sintió mal fue él: “Vomité, me tomé el pulso por reflejo, y me di cuenta que no lo sentía por ningún lado. Pruebo con la carótida y tampoco lo encuentro: ‘¿Cómo puede ser?’. Agarré el estetoscopio y me ausculté: 200 latidos por minuto. Algo me estaba pasando y le pedí mi mujer que nos llevara a los dos al hospital: ‘Puedo estar infartado’”.

Una hora después, el doctor Kissner yacía boca arriba en una camilla y veía las cabezas de todos sus compañeros que se asomaban entre las luces del techo del Hospital El Cruce donde trabajaba entonces. Lo miraban con horror. “Esto es una miocarditis viral”, les dijo cuando la ecocardiografía y otros estudios no arrojaron resultados. Pero un rato después ya entró en paros a repetición. Sus colegas le contaron 25 paros cardíacos y lograron reanimarlo una y otra vez.

Kissner se despertó en la Clínica Favaloro y en emergencia nacional. También fue portada de todos los diarios que se conmovieron con su caso: “Un doctor pelea por su vida y espera un corazón”. Cuatro días antes de la Navidad, Jorge salió del coma inducido y los doctores René Favaloro (nada menos que el sobrino del creador del bay pass) y Alejandro Bertolotti le comunicaron que lo iban a conectar a una máquina: ese corazón ya no lo podía acompañar. Necesitaba un trasplante de urgencia: “Y era mi acta de defunción. Yo sabía que no podía tener una sobrevida mucho mayor a 15 días. De dónde iba a aparecer un corazón de urgencia para una persona de un metro ochenta y dos y 105 kilos”.

Fue en ese momento que Jorge pidió la extremaunción: “Me había plantado en que no me iban a conectar hasta que no viniera un sacerdote. Para colmo era un domingo a la noche y los curas no hacen guardia. Finalmente, uno de los residentes fue a buscar a un cura viejito que había sido operado. Entró en silla de ruedas: ‘Quedate tranquilo Jorge, Jesús ya te perdonó cualquier cosa que hayas hecho. Además, me parece que no te vas a morir’. Y ahí di la autorización para que me conectaran”.

-Doctor, estuvo mucho tiempo en coma farmacológico, 15 días antes del trasplante conectado a la bomba centrífuga y 25 días después. ¿Existe algún recuerdo de ese limbo?

-Sí, cuando estás en coma farmacológico sufrís mucho el onirismo que no es otra cosa que el delirio del sueño. Soñás cosas feas y dolorosas porque estás sufriendo. En uno de esos sueños estaba en una camilla con todos los médicos alrededor, como cuando llegué a El Cruce. Había una mujer rubia que se da vuelta: “Quedate tranquilo que vas a salir”, me dijo. “Me preocupan mis hijos”, le contesté. Y me aseguró: “Quedate tranquilo que yo voy a cuidar de ellos”. Yo interpreto que era la muerte que me estaba diciendo que no era mi hora. Lo bueno es que ya la conozco.

Vivir para contarla

El doctor Jorge Kissner estuvo 21 días en emergencia nacional. El 4 de enero, cuando el tiempo se acababa, apareció el corazón y fue operado de urgencia por Favaloro y Bertolotti, dos eminencias. La intervención duró ocho horas y el doctor recuerda el proceso que atravesó su cuerpo como un verdadero calvario: “Sufrí un dolor infernal. Pensá que en este lapso me abrieron el tórax seis veces. Primero para conectar la máquina, dos veces porque se habían soltado las mangueras, la cuarta para trasplantar el corazón y dos veces más por distintas hemorragias porque se me salieron las cánulas… también tuve un ACV, insuficiencia renal, hemotórax, cuando me contaban no lo podía creer”.

Kissner se despertó a los 40 días de la operación, “en un estado deplorable”, según sus propias palabras. “Estaba lleno de tubos. Despertar fue traumático. Tenía insomnio, cuando dormía seguían las pesadillas, alucinaba. Me dieron medicación antipsicótica. En un momento pensaron que podría haber tenido una lesión encefálica irreversible”, continúa.

Si haber conseguido un corazón en medio de una emergencia nacional había sido una odisea, lo que seguía no iba a ser más fácil. Básicamente, se venía una rehabilitación muy intensa y dependía exclusivamente de él. “¡Estaba hecho una porquería! No podía regular los movimientos, no podía escribir, ¡no le embocaba a la boca! Tampoco me podía sentar, no tenía fuerza en el tronco. Pero al mes logré incorporarme y moverme con un andador. Empecé a recuperarme muscularmente y me rajaron de la Favaloro para que no me agarrara más nada”.

Cuando llegó a su casa en Berazategui, Jorge se encontró con que no podía subir ni un escalón y la habitación estaba en planta alta. Sí, una metáfora de lo que le pasaba, todo se hacía cuesta arriba: “Muchas veces pensé tirar la talla, había sido mucho dolor. Pero ahí estaban mis hijos. Si, antes del trasplante quería vivir para no dejarlos huérfanos, ahora quería recuperarme para volver a ser el sostén de la familia. Así empecé a rehabilitarme cada vez con más intensidad: a los 9 meses estaba haciendo consultorio. Y, un año y un mes después, hice mi primer parto de la mano de mi colega y amigo Carlos Colombo”, enumera sus logros Kissner que hoy goza de buena salud, trabaja en clínicas privadas y da clases sobre donación de órganos en escuelas de Berazategui.

-¿Cómo está su corazón a diez años del trasplante?

-Mirá, los últimos estudios dicen que muy bien. Obviamente me tengo que hacer controles cada año que para mí ya son rutina. Pero llevo una sobrevida de una década y te diría que mi corazón está mejor que el de muchos de los muchachos de mi edad ¡A los 58 años, la mayoría tienen algún stent! La medicina hace que la sobrevida sea cada vez mayor. Pensá que la primera persona que recibió un trasplante vivió 18 días y yo ya superé los 10 años. Llegado el caso, hasta podría ser trasplantado una vez más.

-¿Cuáles son las limitaciones que tiene para vivir como trasplantado?

-Las mismas que cualquier hombre de 58 años. Claro que no puedo fumar ni tomar alcohol en exceso o drogarme, pero eso hace a la buena vida de cualquier persona. Te diría que los problemas más grandes que tengo tienen que ver con mi espalda, no con mi corazón.

-¿Cómo vivió el caso de Justina? ¿Qué siente frente a esta nena que vivió apenas ocho años?

-Mucho más que cualquiera de nosotros. Justina, es una heroína nacional. Logró lo que no pudo ningún político. Tuvo que venir una nenita de ocho años a enseñarles cómo tenían que hacer las cosas. Justina logró duplicar la cantidad de donantes en menos de un año. En 2015 eran diez por millón y hoy son veinte.

-La pregunta final: ¿Qué tenía su hija aquel día que lo hizo despertar en medio de la madrugada?

-Mirá, no soy místico ni busco respuestas en el más allá. Pero mi hija no tenía nada. Pero, si no se hubiera despertado con ese terrible dolor de panza a las cuatro y media de la mañana, yo me infartaba dormido. Gracias a ella, hoy puedo vivir para contarla.

 

Fuente: INFOBAE